lunes, 17 de septiembre de 2018

Así nació ‘El equipo del Bigotón’



Era domingo 25 de julio de 1993. El estadio Hernando Siles estaba repleto. Jugaban Bolivia y Brasil. Nuestra selección llegaba a esa cita tras vencer a la de Venezuela una semana antes (1-7) en Puerto Ordaz. La gigante canarinha, tres veces campeona del mundo, traía un invicto, casi 40 años sin perder en eliminatorias.

El balón ya rodaba. La Verde hacía méritos pero la pelota no entraba. Pasaban los minutos y el cero a cero se mantenía. Taffarel, el arquero brasileño, estaba iluminadísimo y era el principal “culpable” para que su valla se mantuviera imbatible.

Comenzaba a transcurrir el último cuarto de hora cuando de pronto la gente grita “¡penal!”. Sí, correctamente cobrado por el árbitro, el paraguayo Juan Francisco Escobar.

Erwin Sánchez, nuestro Platini, se hace cargo. Silencio en el estadio. Pitazo, disparo... y atajada de Taffarel. No se podía creer.


Yo trabajaba en Presencia del Deporte y tenía a mi cargo la cobertura de la selección. Como la cosa se ponía fea tomé una precaución: sin que concluyera el partido, irme al vestuario a esperar a los jugadores, pensando en que sería difícil hablar con ellos si terminaba empatado.

Fue una de las mejores cosas que me pasó en los años y años de cobertura periodística. Ingresé al camarín y me encontré con Óscar Ratón Rodríguez, el asistente de útiles de la Verde. Él también se había adelantado para tener todo listo para cuando los jugadores llegaran concluido el juego.

Nos abrazamos de manera casi interminable de alegría y gritamos como locos en cuanto el estadio retumbó por los saltos y gritos de la gente. El ruido era tal que sabíamos que Bolivia había logrado por fin el gol del triunfo. No vimos ni el de Marco Etcheverry a los 88 minutos ni el de Álvaro Peña a los 90. La Verde había sumado su segundo triunfo en esas eliminatorias enrumbando en serio hacia el Mundial de Estados Unidos, con el añadido de que había terminado con las cuatro décadas de invicto de los brasileños.

Espere…

Me coloqué en un rincón de vestuario a tratar de pasar desapercibido. Los jugadores, cuerpo técnico y dirigentes fueron llegando y armaron juntos una fiesta en la intimidad como nunca más vi. Fui el único periodista testigo de aquella celebración histórica y hasta ahora la recuerdo.

Puse “record” a mi grabadora —aquella de casete— en cuanto los futbolistas comenzaron a cantar y a intentar que les saliera algo alusivo al momento.

De pronto se le ocurrió al “director de orquesta” Carlos Borja hilar un “boron bon bom, boron bon bom, es el equipo del Bigotón” y seguidamente todos sus compañeros le entendieron a la perfección y juntos protagonizaron un ruidoso acompañamiento.

Había nacido, en medio de la euforia, el homenaje de los jugadores de aquella selección a su entrenador, Xabier Azkargorta, el de los bigotes espesos a quien, a partir de ahí, empezaron a llamar con cariño Bigotón.


Mi grabadora no se apagó nunca más hasta que se fueron las baterías. Mientras duraron, narré para mí mismo lo que ocurría, una grabación que 25 años después —ahora que se cumplen las Bodas de Plata de aquel hito— la escucho de nuevo y me sigo emocionando como aquel día.

“Se le ganó al que se decía el mejor del grupo”, me dijo, entre otras cosas, Marco Antonio Etcheverry, el Diablo, el héroe con diablura y todo de aquella tarde por el gol convertido gracias a que no se rindió jamás en la jugada.

“Es lo más lindo que me ha pasado en mi vida futbolística”, eran las palabras de Gustavo Quinteros, y quizás hoy siga pensando igual.


Carlos Trucco lanzó: “Esto (la victoria) es también para ustedes (los periodistas); también ustedes sufren...” y luego se fue a festejar.

Otra vez el grupo empezó a cantar: “Y dale Bo, y dale Bo, y dale Bolivia campeón”, aunque luego el “coro” volvió al “boron bon bom, boron bon bom, es el equipo del Bigotón” que parecía inacabable.

“El penal (errado por Sánchez) fue una gran desazón, pero siempre tuve confianza y Bolivia le quitó 40 años de invicto a Brasil. Parecía que se nos iba, pero hubo justicia finalmente”, enfatizó Guido Loayza, el otro “bigotón”, entonces presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF).

En pleno camarín me abría el camino mientras aprovechaba para “robar” las palabras de los emocionados actores: “Nunca nadie le ganó a Brasil en eliminatorias, Bolivia tiene ese gran mérito”, me respondió Wálter Kreidler, mandamás de la Liga.

Y seguía la fiesta: “Boron bon bom, boron bon bom, es el equipo del Bigotón”, “Boron bon bom, boron bon bom, es el equipo del Bigotón”.

“Nosotros tenemos una frase muy sabia: pase lo que pase jugar igual, y continuamos jugando igual, porque podemos errar penales como ahora, pero jamás se van a desarticular nuestras líneas”, según Milton Melgar.

Hasta que por fin lo vi a Xabier, el Bigotón, con una sonrisa amplia que no se la vi en el resto de la eliminatoria, a no ser por televisión, cuando el 19 de septiembre fue enfocado iniciando el festejo porque Bolivia —tras igualar con Ecuador en Guayaquil a un tanto— había conseguido su objetivo de clasificarse por primera vez en su historia por mérito propio a un mundial.

“El equipo no ha perdido la fe, ha perdido un penal, pero no la fe y se hizo justicia. Este equipo tiene mucha fuerza y esa fuerza es sobre todo mental”, enfatizó Azkargorta.

Al día siguiente, a dos páginas, salió este titular: “Es el equipo del Bigotón”. Y ahora que me doy cuenta, hubo una frase a la que quizás en ese momento no le dimos tanta importancia. “La selección merece tener este triunfo y otros más. Y tengo la fe de que vamos a estar en el Mundial de Estados Unidos”. Me la dijo Percy Luza, el presidente de la Comisión de Selecciones. Y fuimos al Mundial.



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