lunes, 3 de abril de 2017

Bolívar-The Strongest, el clásico


Si algo encarna la pasión del fútbol en Bolivia y en La Paz, anclado en el corazón de cada uno de los seguidores celestes y atigrados, es el partido que define el momento de la verdad. El duelo, el torneo donde, como jefes de los señoríos collas del periodo pre-inca, se enfrentan los grandes adversarios.

En la curva sur del estadio Siles está el gladiador cubierto de amarillo y negro, en la curva norte está su adversario, el gladiador pintado de celeste, dispuestos ambos a vencer. Cuando todo se ha vestido de fútbol y los jugadores salen al campo, la vida de los académicos de Tembladerani y los atigrados de Achumani se llena una vez más de historia, de alma intensa para gritar como en un rugido "¡Bolívar, Bolívar, Bolívar!”, "¡Tigre, Tigre, Tigre!”.

Es propiedad de los hinchas, lo era desde que comenzó a construirse como la gran fiesta del fútbol paceño, cuando los dos fanáticos "número uno” de ambos equipos, Chicho Navarro el celeste, y Chupa Riveros el atigrado, lideraban las barras. Durante 45 años en el viejo Siles, se escuchó a la murga atigrada, su música alegre y su vicuña y los cantos de la Academia. Eran los tiempos en que los partidos se jugaban en fecha doble los días domingo, el clásico era el plato de fondo y empezaba a las cuatro de la tarde "¡A las cuatro de la tarde, entra el Bolívar en cancha!”.

Eran años de mayor ingenuidad, de menos agresividad y de episodios gratos como las "¡patitas, patitas, patitas!” que se vendían en la general y los sándwiches de chola de la preferencia. Las dos barras compartían mitad y mitad de la recta de popular, con sus bombos amarillos y celestes, con sus gritos, pero muy pocas veces con destemplanza. Poco a poco se fue haciendo tradición que la curva norte fuera académica y la sur atigrada.

Desde 1977 con el Siles remodelado, subió la intensidad y los cantos criollos como "¡Condorcito quisiera ser, desde el Illimani para divisar al Strongest fuerte…!” fueron sustituido progresivamente por los gritos de aliento inspirados en los cantos argentinos "Y dale Bo, y dale Bo, y dale Bolívar campeón…”, por ejemplo. Surgieron grupos como la "ultrasur” de los stronguistas, o los "radikales” de Bolívar. Apareció un nuevo modo de comunicarse, el del internet, el Facebook y los blogs que respaldan a uno y otro equipo, y también más agresividad, más violencia, gritos en los que no se ahorran los adjetivos más duros y las peores groserías. Es el fútbol de hoy…

Quizás haya que reflexionar en torno a una tendencia entendible desde el punto de vista económico, pero desgastante en cuanto a la importancia y expectativa sobre el encuentro en sí, que es la cantidad cada vez mayor de clásicos que se juegan cada año que superan a cualquier otro clásico equivalente en el mundo en número de confrontaciones por año.

El otro factor que cambió es el de los jugadores. En el profesionalismo antes de la Liga, sólo 34 jugadores pasaron de uno a otro equipo. En el periodo liguero cambiaron de camiseta más de 75, pero lo más preocupante, los viejos símbolos como el Maestro Ugarte o Blacut, Pichicho Borja o el Tres Pulmones Soria, el Perro Vargas y el Chino Ramírez, Lucho Galarza o Tano Fontana, casi han desaparecido.

Hay pocos jugadores referentes que sean bandera del equipo y eso le quita mística al tema. Hoy, a nadie le parece mal que un bolivarista se vuelva tigre o un stronguista, académico. Finalmente, reflexionan, el fútbol es un negocio y los jugadores trabajadores… sí y no. Antes también lo eran y contamos con personas que amaban a la camiseta. En esa lógica The Strongest parece más cerca del alma, baste mencionar a Pablo El Pájaro Escobar, quizás su equivalente sea Wálter Flores…

Pero lo que no ha cambiado es la pasión, la entrega absoluta y total de los hinchas de ayer y de hoy por sus colores, la fidelidad a toda prueba, pase lo que pase con el equipo, gane o pierda, haga sol, llueve o truene. El hincha es fiel hasta la muerte al club de sus amores y eso vale tanto para celestes como para atigrados.

En el balance de esta historia de dos equipos que no pueden vivir el uno sin el otro, hay razones más que suficientes para que los hinchas bolivaristas sientan un gran orgullo cuando se habla del clásico.

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